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“Cuando se habla de ‛personas con discapacidades’, todos creemos hablar de lo mismo. Imaginamos (…) alguien en silla de ruedas o ciego, con muchas dificultades en su desempeño diario vinculadas a la ciudad, sus calles, tránsito y edificios.
(…) surgen imágenes que otorgan a algunas de estas personas un poder especial: personas que trascendieron su “discapacidad”, transformándose para el imaginario colectivo en superhéroes –Beethoven o Roosevelt…– en cuyas vidas ejemplares las tareas productivas o cotidianas adquirieron la dimensión de hazañas.
Ninguna de estas imágenes nos remite a personas comunes, que desarrollan su vida cotidianamente como el resto de los humanos: estudiando, trabajando, enamorándose, siendo padres o madres de familia (...)” (Coriat, 2002).
En el compartir ámbitos físicos con personas con discapacidad subyacen formas de hacer las cosas vividas a menudo como “diferentes”. Esto se origina en un desconocimiento de las lógicas de uso y percepción no convencional del espacio con que se desenvuelven personas con discapacidad, al procurar salvar los desajustes entre sus características y lo que el entorno les impone. Sus maneras de comportarse son respuestas compensatorias ante la ausencia o disminución de una capacidad (ver, caminar, escuchar, comprender, asir, hablar) dada por obvia en el habitar compartido.
La comprensión de estas lógicas permite interpretar al otro e incidir eficazmente en un proceso de inclusión. Habitualmente, las personas no explicitan cuál es su manera de hacer las cosas más comunes (comer, caminar, leer). Son modalidades que forman parte de su vida y se manifiestan de manera espontánea.
Dar por supuesta una lógica exclusivamente desde la “normalidad” invita a transgredirla. Prejuzgar qué comportamientos y necesidades pueden tipificarse según la discapacidad portada puede conducir a aplicaciones arbitrarias. Al entablar un diálogo genuino con el otro, buscando entrar en su propia lógica de actuación, el empleador y los profesionales del diseño, la informática o la docencia podrán encontrar la aplicación correcta.
Han pasado 5 meses desde que la empresa se mudó. Uno de sus empleados es ciego y le cuesta orientarse para llegar desde la puerta de entrada hasta su escritorio. Solicita pasamanos a Recursos Humanos. Su pedido pasa de mano en mano y nadie da respuesta. Cinco meses después, alguien se entera del pedido y solicita un presupuesto por “pasamanos” a un consultor en accesibilidad. De haber instalado lo literalmente solicitado, los pasamanos jamás hubieran solucionado el problema.
La escucha profesional aprende a diferenciar la demanda explícita y literal, de la subyacente. En la solución implementada, un cambio de textura del piso a lo largo del recorrido permitió brindar la orientación requerida rediseñando recursos ya presentes en el diseño de las instalaciones.